Me he levantado con el extraordinario sabor del pan casero de mi amiga Victoire de Pau y el inconfundible sabor de un Montilla seco y áspero.
Recuerdo su casa rústica, justo debajo del castillo de la citada ciudad francesa, con su maravillosa cocina, tan llena de recuerdos, de elementos españoles, muebles recios, tarros de mermelada casera, pucheros; tenía todo lo que el acogimiento pueda desear, pero yo recuerdo especialmente, aquellos momentos en que llovía en el exterior y nos sentábamos alrededor de una mesa, con tapete amarillo, y conversábamos de todo un poco, como una pequeña familia, donde los rasgos sanguíneos son ciegos, por no tener nada que ver. Allí, una Karina de dulce mirada, una Anja de mejillas sonrojadas o una Eva de fabuloso cabello ondulado nos alegraban la conversación con su alegría. Estado de ánimo bañado por un buen Montilla y un plato lleno de rodajas de pan con pipas o aceitunas o incluso con ajo; un pan exquisito, que la propia Victoire hacía a diario, gracias a esa pequeña panificadora blanca situada bajo una silla.
Victoire es la victoria misma de la vida encarnada en mujer. La emoción de un recuerdo emergido por momentos del mar del olvido. Nieve, método Bled, punaise, fil del ordenador, abrazos, "franluz" (esa mezcla de andaluz afrancesado), tarta de manzanas, Virgilio, escuela, juventud, Pierre, sopa de cebolla, confit de pato, etc. Una mujer entrañable.
Un vaso de Montilla.
Una rodaja de pan.
Me alegran tantos recuerdos.
Aunque ya no los pueda tocar.
Ajo, ajo, ajito,
entre aquellos ojos tan bonitos.
Dame la candidez de aquel sitio.
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