La sorpresa es algo que no tiene límites, tanto para bien como para mal.
En este atardecer de hace un año, moría el día, como mueren las historias. En ese día, aquel, dolían los pies, como debieron doler a aquel que una vez corrió en Maratón. Aquel era este, como este era aquel, como la guerra que aquí se pierde, como la guerra que allí se inicia siempre. Yo he perdido en guerras que otros ganaron, para después ganar las que otros acabaron perdiendo. Yo, como todos, dejé coraza y casco, Dejé bandera, casa y hasta mi prado, Como el padre que un día dejó su legado. Perdí la luna y la noche se hizo oscura. Moría el sol y con él la luz. Pero bien sabemos que al igual que no hay tormenta que dure eternamente, No hay noche que dure para siempre. Hoy hace cuatro meses que nacía el sol de nuevo, Cuatro meses, con sus semanas, días, horas, minutos y segundos. Hoy no es como el hoy de hace un año. Hoy es un hoy diferente, mucho más iluminado...
Los límites de la sorpresa son imprecisos. La edad hace que te sean más esquivas las sorpresas. La tormenta de una noche de verano, la reacción de alguien a quien apreciabas y que te devuelve cieno a tu afecto, un ensayo sobre el siglo XX... Me inquietan las sorpresas y también me atraen. En resumen me muestran la naturaleza incognoscible del ser humano.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con tu comentario. Uno nunca deja de sorprenderse y eso nos descubre cuál es nuestra naturaleza humana y lo imprecisa que puede llegar a ser.
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