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Destruyendo recuerdos...

La vega de Salobreña o del cómo se destruye la naturaleza en nombre del desarrollo atrasado. Este debería ser el titular de cualquier noticia relacionada con este asunto. En este blog, los que me leen saben que mi infancia son recuerdos de una vega verde que proyectaba las olas del azul del mar en las cañas de azúcar agitadas por el viento. Esa vega es casi una de las cosas más importantes de las que parten y se expanden mis más tiernos recuerdos. Lo que vais a ver más abajo es lo que empieza a ser destrucción y justo en toda la mitad de lo que yo veía, como un tajo dado con toda la mala idea justo donde más duele.

A la derecha el inicio de la construcción hace décadas. A la izquierda lo que había y se empezó a destruir...


Durante siglos la vega de Salobreña ha sido bastión de caña de azúcar. Ha sido tan importante en la Historia que de hecho es desde aquí desde donde se expandió a América el cultivo de esta. Muchos son los salobreñeros que han vivido y se han ganado el pan gracias a la explotación del mismo. Mi bisabuelo trabajaba en la fábrica de azúcar, de hecho. 

Muchos ven, en lo que para mí es destrucción, el inicio del desarrollo turístico tan esperado en el pueblo. Yo no puedo ver más que aniquilación del patrimonio, de la historia del pueblo, pero sobre todo del pasado, de mi pasado, de mis recuerdos, de lo que yo fuí un día y nunca más volveré a ser. Y cuando vuelva al pueblo, cosa que ocurrirá pronto para festejos, me quedaré ciego ante el resplandor del hormigón y la arena movida por las máquinas. Sufriré al ver que lo que era estampa de impresionismo se va convirtiendo en hoteles y rebaños de turistas, que al igual que sucede en todo el litoral se verá invadido por gente de vacaciones en verano y durante el resto del año será un desierto de edificaciones invasoras. Ya no habrá chozas que anclan con el pasado ni playa con naturaleza por doquier. Ya se irá el encanto de un pueblo andaluz que había permanecido como perla del Mediterráneo. Vendrán las máquinas y se llevarán la rememoranza. Ya no querré ir a un lugar que me recordará el paso del tiempo y la destrucción humana, el martirio por el dinero. 

Leía hace no mucho que en occidente hay muchos creyentes pero pocos practicantes, porque la fe occidental se ha vuelto científica. Yo diría que en occidente el problema está en que ni es la ciencia la que abre caminos ni es la religión. Aquí la fe es el Dinero, único dios todopoderoso, padre de todo e hijo de la ambición humana. Yo no tengo ninguna fe religiosa. No creo en lo sobrenatural ni en lo divino; al menos no en lo divino como tal. Mi fe es en gran parte un cúmulo de recuerdos que no quiero olvidar. Pero la mente es débil y la huella del recuerdo se diluye en el tiempo, arrasada por este de manera impetuosa, sin cesar, porque el tiempo es algo que no se detiene, avanza implacable y destruye como las máquinas ahora eliminan la vega ya muerta hace tiempo.

Génesis de destrucción y supuesto desarrollo.


Y no llegará el desarrollo. No habrá avance por más que me duela. Salobreña será como el resto y habrá perdido su seña de identidad. Lo dice uno que vive fuera porque allí no hay trabajo. Lo dice uno que amaba su pueblo con locura. Lo escribe alguien que sabe lo que ocurre con nuestro turismo tradicional de hotel-sol-playa. Lo escribe y reafirma quien ve lo agotado del sector, lo que da y no da, porque lo conoce de primera mano. Lo reafirma ahora por escrito quien adoraba su pueblo, su Salobreña de caña de azúcar, de vega, de casas blancas asomadas al precipicio de un colchón verde mullido, de un mar azul y transparente como el aire, un lugar visionero de la nieve y la montaña, un sitio privilegiado y mal explotado. No puedo decir otra cosa: "Cada día la quiero menos". Mi Salobreña ya no es la misma. Hace tiempo que dejó de serlo.

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