La primavera ha estallado en un año extraño en el que parece que no ha habido verano y todo ha sido primavera eterna. Pero no, la primavera sabe demostrar su presencia. Aquí en Córdoba llegó la semana pasada, no tanto por la temperatura como por el aroma. Los campos que se extienden desde mi ventana han pasado del verde oscuro a un verde brillante inundado de mantos de colores amarillos, rojos, morado... Nada que no conozcamos todos los que vivimos en zonas con estaciones.
Ahora bien, este olor aromático solo es familiar para ciertos lugares. En Córdoba las calles huelen a azahar. No me refiero al azahar poético que se vuelve empalagoso en muchos escritos. No. Este azahar hay que olerlo. Es el verdadero azahar, no el que mentalmente nos viene al leerlo en poesía. El azahar real se introduce en las fosas nasales y las abre en un éxtasis incomparable. Estalla.
El otro día al salir del instituto me sorprendió ese tsunamí aromático. En Almería no tenemos casi árboles por las calles. No hay naranjos. Solo hay asfalto y luz blanca. Viento, muchas veces. En otras ciudades en las que he vivido tampoco hay naranjos por las calles. Por eso, estar ahora en Córdoba está siendo un placer para el olfato y la vista.
Azahar.

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