El otro día me preguntaba qué historia debía contar yo como partícipe de mi generación y como obligación que todos tenemos con la humanidad. No sabía la respuesta y ahora sí la sé. No hay más historia universal que debamos contar que la nuestra propia, de la que somos protagonistas y que posee tantos matices y tantas riquezas que difícilmente una historia puede exponer con tanto detalle como la vida misma segundo a segundo.
¿Os imagináis la cantidad de tinta y de papel que necesitaríamos para poner por escrito todo lo que nos ocurre, cómo nos ocurre, qué no vemos en el momento, cuáles son las sensaciones, cuáles las opiniones de los demás personajes de la trama, etc.?
Quizás deba conformarme con vivir esa gran historia que es la propia, si soy incapaz de escribir y vivir una ajena y ficticia, a pesar de que son muchas las que permanecen latentes en mi mente y cuyos personajes han adquirido una entidad que podrían tomar tinta y papel y ponerse a escribir ellos mismos su propia historia.
No hay nada más.
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