El tiempo pasa y no somos conscientes realmente hasta que lo vemos en los demás, sus efectos, la obra maestra de sus manos en el paisaje, en la piel de otras personas, en la mirada envejecida de un animal que conociste desde pequeño, pero sobre todo a través de la muerte de otros, de alguien que pasó por tu vida, que formó parte de tu cotidianidad.
Hoy es uno de esos días en que veo los años a través de los demás. Mientras el fisio me está combatiendo las contracturas que Cronos ha ido enredando en el trapecio, este me habla de los años de instituto, de las personas que tenemos en común, de su padre que era secretario allí justo el año que yo llegué a Roquetas y hablando de los profesores que impartían docencia llegamos a Don Alberto y a su mujer, Nati. Y regresando al pasado a través de esa conversación noto los años pasar veloces y sin pausa. Veo el miedo y el respeto que infunde Don Alberto. Recuerdo su piel sin luz, apagado por el exceso de tabaco, por el humo adherido a sus poros. Aún oigo con nitidez su voz ronca y segura. Todavía hoy soy capaz de recordarlo en el patio del recreo con el cigarrillo en la boca. Es en ese pasado tan vívido donde me descubro intentando escribir aquel periódico que nos obligaba a hacer o mirando aquella biblioteca pequeña que formamos entre todos, donde descubrí por primera vez realmente el placer de la lectura, gracias a Las aventuras de Huckleberry Finn. Por ello también recuerdo con alegría aquel complicado curso, con tantos profesores de la vieja escuela, con tanta severidad, con la sensación de que el tiempo solo ha permanecido parado en el recuerdo, donde es todavía presente. Sin embargo, la realidad es otra.
Don Alberto falleció hace años de cáncer de pulmón.
Cuando Paco, el fisio, me dijo que había muerto, supe enseguida que había sido por culpa del tabaco.
El tiempo pasa. Arresa todo. No había sabido nada más de aquel profesor severo sin ser severo. Nunca supe nada más de él. Jamás me lo crucé por la calle. Sin embargo siempre ha estado presente en mi memoria. Quizás porque aprendí mucho con él. Tal vez porque fue mi primer gran profesor o porque a partir de él mi vida estudiantil fue mejorando considerablemente. En cualquier caso, no creo que lo olvide nunca y me duele que muriera en semejantes circunstancias. Si es que fumar no trae nada bueno... pero a él se ve que le daba vida y aquella voz tan ronca y dura.
El tiempo arrasa todo, pero el recuerdo no me lo quita, salvo la enfermedad o la muerte.
Cuán importantes son los maestros buenos o malos en nuestras vidas. Y cúanto lo habremos sido nosotros por tanto en la vida de alguno de los chavales que tuvimos a nuestro cargo. La gran rueda gira y gira, sin pausa, moliendo el grano de la humanidad.
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