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Los Genoveses, P. N. Cabo de Gata |
debajo parece acariciar las arenas,
profundas, aunque su claridad confunda.
Hay chumberas y pitas, flores endémicas,
camina el escarabajo que ya no tiene alas,
se deja llevar por la marea la medusa,
en su morado vive el veneno de la vida,
como la temperatura alterna de las olas,
o el movimiento incesante del pececillo.
Hay un sol de limón rodando por el cielo,
un azul relajante, arena fina arrastrada por el viento.
Cae la ropa, el bañador y te bañas por completo,
no solo hay agua, también luz, aire y besos.
Calma.
Hay remansos de paz en el fondo de esa mirada,
en la frialdad de la sombrilla o en la gorra blanca.
Se pierde la mirada, que cae por el precipicio
con suavidad, en el horizonte una gaviota,
una mosca en tu espalda, una avispa que viaja.
Calma.
Camina la noche poco a poco,
la luz del pueblo rebota en su oscuro manto
y una estrella fugaz de cola sonrojada se desliza,
corta la noche y me muda el alma, se eriza el vello,
estoy vivo y veo la magia.
Calma entre risas pasajeras o en la fresca orilla,
es todo ello una caricia del cuerpo al mundo,
del mundo al cuerpo.
Un velero palpa la superficie turquesa, el agua.
Se puede percibir el roce de la arena y el agua sobre la piel como una sensación realmente vívida. Has traído un pedazo de esos días para dejarlo eternamente en estas páginas. No es sólo un poema lo que escribes, es un jirón de tu vida que nos ofreces como una vestal que se tumba sobre el ara del sacrificio. Y yo lo acepto como tal.
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