"Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo", decía Arquímedes en relación a la palanca. ¡Qué gran acierto! Porque no solo se aplica en ese sentido. Un punto de apoyo es necesario para todo en la vida; nuestro cerebro funciona gracias a él. Quien encuentra un apoyo sobre el que reposar, caminar, mantenerse, descubre la panacea de la existencia, esa energía que lo impulsará a vivir. Ahora bien, ¿qué sucede cuando nuestros apoyos son débiles o inexistentes? ¡Qué no somos nadie! El cuerpo se cansa, se siente vagando por un espacio vacío, carente de sustento. La realidad es uniforme, plana, monocolor; no posee un mero detalle escondido ni nada que incite a caminar. El cuerpo se siente flotando y bajo sus pies surge una especie de vorágine succionadora que atenta contra su bienestar relativo. Y, amigos, no tener energía para caminar implicará verse arrastrado por la realidad, por la vida, hasta que, después de chocar con todo lo que las corrientes pongan frente a ti, caigas rendid...
Las primeras palabras se plasmaron sobre piedra, quizás, estas de ahora las plasmo sobre las pantallas líquidas de vuestros ordenadores y teléfonos. Bienvenidos/as al espacio donde mis palabras tienen lugar.