Y de repente llega el recuerdo de un momento repetido y ya lejano en el tiempo. Por ello deseo fortalecer esa imagen y cierro los ojos mientras mi hermano aprieta el gatillo del bote de matamosquitos y fumiga todo el salón. Se funde el recuerdo con el olor del insecticida, los párpados entornados y el tiempo de verano en el cortijo. Es de noche, oscura noche de canto de grillos y repiqueteo de chicharras, noche de aromas a dama de noche y jazmín. Y allí estoy con mi madre y mi hermano tumbados en un colchón en el suelo, frescos por el tacto frío de las sábanas recién colocadas y con la luz del cirio de mi abuela bailando por la pared blanca e inclinada de aquella chimenea que nunca se encendía. Y la voz de mi abuela avisando,"cerrad los ojos, que voy a 'azofatah'" y acto seguido llenaba aquel salón, que solo vive ya en el barrio privado de la memoria, de olor a León Rojo. Recuerdo aquello y me ahoga el peso del tiempo, el lento ahogamiento de aquel insecticida que se cuela por el recuerdo.
En este atardecer de hace un año, moría el día, como mueren las historias. En ese día, aquel, dolían los pies, como debieron doler a aquel que una vez corrió en Maratón. Aquel era este, como este era aquel, como la guerra que aquí se pierde, como la guerra que allí se inicia siempre. Yo he perdido en guerras que otros ganaron, para después ganar las que otros acabaron perdiendo. Yo, como todos, dejé coraza y casco, Dejé bandera, casa y hasta mi prado, Como el padre que un día dejó su legado. Perdí la luna y la noche se hizo oscura. Moría el sol y con él la luz. Pero bien sabemos que al igual que no hay tormenta que dure eternamente, No hay noche que dure para siempre. Hoy hace cuatro meses que nacía el sol de nuevo, Cuatro meses, con sus semanas, días, horas, minutos y segundos. Hoy no es como el hoy de hace un año. Hoy es un hoy diferente, mucho más iluminado...
Hermoso y bien traído recuerdo de infancia.
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