Hoy me limitaré a copiar lo que un gran escritor y excelente persona (y eso que no lo conozco personalmente) ha escrito en su blog.
"Vuelvo la vista atrás y recuerdo a mi padre en 1972, cuando tenía 59 años, la edad que ahora tengo yo, y veo a un hombre destruido, acabado, una sombra, un fantasma; un hombre con una depresión de caballo (mucho antes del Prozac), un hombre sin futuro, un anciano prematuro, un pasajero al final de la línea. Y me digo, eh, yo no soy así, yo no tengo los traumas de mi padre (aunque sí otros, imagino), yo superé mi timidez y no necesito a nadie para relacionarme con el mundo, yo no he perdido a mi mujer, yo sigo teniendo cierto éxito en mi profesión, yo sigo vivo y no quiero morir, yo no soy como él."
César Mallorquí habla de algo que yo mismo he pensado en variadas ocasiones: ¿Soy como mi padre? ¿Los hijos están destinados a seguir el camino que los padres han iniciado? ¿Debo ser como mi padre?
Tras plantearme estas y muchas otras preguntas, veo ante mí las imágenes de un pasado ya muy lejano, tan ajeno al presente, tan distinto, que no logro ver como recuerdos de mi pasado. ¿Dónde está el niño inquieto, que yo era? ¿Aquel que juega junto a un balate, mientras su padre limpia el coche? ¿Aquel que circula en su bici naranja, detrás de su padre, por los caminos arenosos de la vega? ¿Dónde está aquel niño que una vez admiró a su padre? ¿Qué queda de aquel pasado?
"¿Cuántas arrobas me quieres?", me pregunta mi padre en el sillón del salón de mi casa de Salobreña, después de que todo el mundo abandonara mi casa tras la celebración de cumpleaños. Aquel niño no entendía lo que su padre le preguntaba y repetía con insistencia: "¿Qué robas?" "¿Hay un ladrón?" Aquel niño que casi no presta atención a las explicaciones de su padre, que más bien se distrae mirando la cara de su progenitor o el suelo pegajoso del salón.
"¿Cuántas arrobas me quieres?", me pregunta mi padre en el sillón del salón de mi casa de Salobreña, después de que todo el mundo abandonara mi casa tras la celebración de cumpleaños. Aquel niño no entendía lo que su padre le preguntaba y repetía con insistencia: "¿Qué robas?" "¿Hay un ladrón?" Aquel niño que casi no presta atención a las explicaciones de su padre, que más bien se distrae mirando la cara de su progenitor o el suelo pegajoso del salón.
¿Soy como mi padre?
A simple vista, se ve que soy su hijo. Comparto gestos, incluso expresiones y reacciones; pero no soy como él. Hace tiempo quise ser como él, pero el tiempo ha ido diluyendo esas ansias y el modelo de barro se ha deshecho en un charco cenagoso.
¿Los hijos están destinados a seguir el camino que los padres han iniciado?
Tanto como seguirlo no, pero sí hay una clara relación entre el camino que hace el hijo con el que el padre hacía y hace a su vez. Uno por mucho caudal que tenga o posea no puede escapar del cauce que alguien ya había construido. Aunque eso no evita que el río pueda llegar a sobrepasar los muros de contención. Es cuestión de encontrar el impulso imparable de una riada.
¿Debo ser como mi padre?
No. Debo ser como yo mismo sea; encontrar el hilo musical propio y ofrecerle el altavoz necesario para que todos lo oigan, porque todos tenemos una sintonía única, aunque semejante a otras. Mi padre tiene su música y yo tengo la mía. Mi melodía es distinta y debe seguir siéndolo, si quiere alcanzar la felicidad.
"¿Cuántas arrobas me quieres?" Muchas te he querido, padre, muchas.
hola Jose, ya sabes que soy un poco verborréico y no hes fácil dejarme sin palabras, pero este es el caso. De verdad que escribes con verdad y eso tiene un mérito infinito. Sólo puedo decir que estoy de acuerdo con eso que dices uno sólo debe parecerse a uno mismo, de lo contrario corre el peligro de ser una sombra. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Agu. Siempre intento expresarme como pasan las ideas por mi cabeza y, por desgracia, a veces hay tristes realidad como esta; o tal vez no tan tristes, depende de cómo se miren las cosas. ¿Vaso lleno?¿Vacío?¿Ahogado? Es broma. Todos tenemos una melodía propia en todo lo que hacemos, en cada paso, en nuestro entorno personal, en la voz, en la mirada, en los gestos, en lo que escribimos y decimos, etc. es cuestión de tratar de encontrar ese hilo musical propio. ¿Qué voy a contarte yo ahora que no sepas ya tú? Tú ya conoces tu melodía desde hace mucho. Un abrazo fuerte.
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