'Erase una vez..."
Es oír estas tres palabras y mi cuerpo se colma de magia, ilusión, recuerdos.
Érase una vez una princesa, nacida en un lejano reino, blanca cual nieve recién caída, labios rojos cual pétalos de rosa y cabellos negros cual ala de cuervo... y una bruja que permanecía joven y poderosa gracias a la juventud ajena, robada de bellas muchachas raptadas... y un valiente caballero dispuesto a todo por salvar a su doncella...
Érase una vez un tiempo en que había países prósperos, donde gobernaban los sentimientos de paz, amor, felicidad, reconocimiento de valores, sinceridad, respeto. Un reino donde las doncellas no necesitaban ser rescatadas, ni los príncipes debían armarse de metal ni valor porque no era necesario. Érase una vez un reino donde no eran necesarios los secretos ni las tramas amorosas ocultas; donde un príncipe podía amar a otro príncipe o una doncella podía enamorarse de una esclava; o quién sabe, un tiempo donde el amor era libre, donde nadie pertenecía a ninguna otra persona, donde los posesivos dejaran de existir por falta de necesidad o que los ciudadanos olvidaran el subjuntivo y dieran importancia al indicativo, donde la probabilidad y las dudas ya no tuvieran cabida. Érase que se era un tiempo y un reino inexistente, donde todos eran iguales y a la vez distintos, donde la magia se veía día a día en las pupilas de la gente; un lugar llamado lugar porque no necesitaba nombre alguno...
Ayer vi la película de "Blancanieves y la leyenda del cazador" y sentí esa magia de algunos cuentos. Los intensos colores, la música, las perspectivas de la cámara, la continuidad de la historia, los personajes... y esos temas tan atemporales como la belleza y el precio que cualquiera pagaría por mantenerla viva.
"Espejito, espejito, dime quién es la más bella de este reino".
Y el espejo siempre se equivocó y se equivocará,
porque la belleza no es universal.
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