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Mostrando entradas de octubre, 2011

La magia de unos versos de Ángel González

"Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho." (Á. González) Con estas fabulosas palabras de Ángel González me he despertado.  No despertarse en el sentido de levantarse de la cama, de salir del sueño profundo. No. Del sueño me ha desgajado una voz, con sus murmuraciones, su tono cansado y destrozado. Estas palabras me han despertado en el sentido de que me han traído de vuelta a la realidad. Me ha puesto los pies en la realidad, en la vida.  Porque vivir cada día es morir mucho. Solo muriendo tantas veces, uno puede ser consciente de lo que es vivir. Y yo muero a diario. Muero de sentimientos, de soledad, de preguntas, de frío. Muero en las palabras. Muero asestado por "ese viejo hierro: la memoria". La memoria afilada del pasado, de saberse vivo sin quererlo estar, del recuerdo de un árbol de tronco ancho en un patio mallorquín, de aquellos colores del pasado, del gris del presente.  He despertado. El problema es que vo

Esperanza, vete a tu puta casa

Esperanza, vete a tu puta casa, de donde no debieras salir. Respira las lágrimas que cada noche me nacen aquí. Esperanza, bruja bastarda, anoche te escribí, y en mis poemas te cansa ver que no termino de sufrir. Naciste de una garganta de barro o no llegaste a salir. Dijeron que eras un mal, que del fondo nadie te vio partir. Pero a mí ya no me engañas, te siento demasiado feliz, donde nace la vida y el latir. Y si no te quieres marchar, pronto llamo a la grúa del tiempo, que sabe de mi malestar y de mi descontento. Regresa por el camino marino y a tu tierra acude, ¿Acaso no escuchas los gritos de tus hijos? Puerca, traidora, Esperanza, la cruel y despiada, juegas con todos y olvidas, que el día que bajes la cabeza allí morirás bajo el martillo,                                         en mi venganza.

Un trozo de pan y un vaso de Montilla

Me he levantado con el extraordinario sabor del pan casero de mi amiga Victoire de Pau y el inconfundible sabor de un Montilla seco y áspero. Recuerdo su casa rústica, justo debajo del castillo de la citada ciudad francesa, con su maravillosa cocina, tan llena de recuerdos, de elementos españoles, muebles recios, tarros de mermelada casera, pucheros; tenía todo lo que el acogimiento pueda desear, pero yo recuerdo especialmente, aquellos momentos en que llovía en el exterior y nos sentábamos alrededor de una mesa, con tapete amarillo, y conversábamos de todo un poco, como una pequeña familia, donde los rasgos sanguíneos son ciegos, por no tener nada que ver. Allí, una Karina de dulce mirada, una Anja de mejillas sonrojadas o una Eva de fabuloso cabello ondulado nos alegraban la conversación con su alegría. Estado de ánimo bañado por un buen Montilla y un plato lleno de rodajas de pan con pipas o aceitunas o incluso con ajo; un pan exquisito, que la propia Victoire hacía a diario, graci

Entre Amélie Nothomb y un tema de oposiciones

Poner dos fuentes semejantes en una misma línea interrumpe todo funcionamiento. correcto del cerebro.  Mientras leía y subrayaba un tema en francés sobre la comunicación, se me ha ocurrido la fabulosa idea de conectarme a la radio france  y escuchar una entrevista que le hicieron hace unos días a Amélie Nothomb (he aprendido que la " b" final en este caso si se pronuncia). Ambas fuentes, escrita y auditiva, en francés me han bloqueado por completo y han  mandado mi concentración a la repisa del descanso. Así que no he visto mejor solución que priorizar mis intereses y aparcar el tema escrito para escuchar con atención las palabras de esta escritora excepcional. Amélie Nothomb cuenta que sigue una rutina de trabajo muy estricta. Se levanta muy temprano y se expone a la escritura durante cuatro horas diarias. Tras lo cual se ducha; dice que en su proceso de escritura hay más trabajo físico que intelectual. Escribe casi de un tirón, así que en cuestión de semanas ya ha dado

Un Ulises en Federico

" Que nadie renuncie a utilizar sus buenas cualidades ", pone Ovidio en boca de Ulises en sus conocidísimas Metamorfosis . Todos tenemos cualidades, malas y buenas. ¿Pueden ser las cualidades malas? Porque si habla de buenas cualidades, damos por hecho que hay malas cualidades. O quizás ocurra aquí lo que ocurre en todo, que las cualidades sean como las monedas, donde hay una cara A aparece enseguida una cara B, una cara y su cruz. Cuando he leído esto me he planteado una cuestión sencilla, pero de difícil respuesta. ¿Cuáles son mis cualidades? Podría enumerarlas. Al menos, las que los años me han ido demostrando. Primero, las que yo veo de mí mismo. Después, las que intuyo que los demás pueden ver en mí. Pero, ¿son realmente mis cualidades unas y otras? No. Mis cualidades, como las de los demás, dependen en gran medida del entorno, de los valores predefinidos y asignados en nuestra realidad, en nuestro ámbito, en nuestra cultura. Las cualidades entran en el plano de los

Un poema estropeado por errores informáticos

Se ve que los avatares de la red no han querido que se publique un poema que he preparado desde el odio y cuando he cliqueado en publicar el mensaje se ha producido un error informático y he perdido el poema. Si ya se sabe que las palabras se las lleva el viento y más aún si estas son líquidas. Visto lo visto tendré que empezar a acostumbrarme a escribir primero en papel y luego pasarlo a ordenador. "Odio tener que odiarte, te odio por traición..." "todos, todos, todos, odiamos o ¿acaso no?" Odio, odias, odia, odian, odiáis, odiamos. ¿Qué importa el orden? Si todos odiamos, todos o ¿acaso no? Algo así había escrito con esfuerzo y suspiros de una musa singular, la que me ha hincado espinas y me ha hecho gritar.                                 "¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!" Un pedazo de zorra que se quiere aprovechar del tonto que se "enamora" sin saber qué es eso de enamorar. Odio tener que odiarte, pero solo tú te puedes culpar. Y ahora me callo, porqu

Un largo camino

Un mes después de lo previsto comienza de nuevo mi andadura como hidalgo quijotesco, loco y con poco acierto. Los textos de leyes se despliegan en extensa alfombra y me cubren los pies de la tierra para que no me hunda. Leeré miles de rollos escritos por las autoridades. No les veré mayor uso que el que tienen. Me quebraré la cabeza buscando ser original y hacer una programación que me ayude a triunfar. No lograré nada seguro, pero siempre podré decirme que al menos no dejé de intentarlo. Cabalgaré teniendo por montura un enorme temario, que me transportará por la historia francófona, por sus artes, ritmos, gramáticas, sintaxis y hermosuras. Y, entretanto, las pupilas se me contraerán y olvidarán por momentos la realidad para mostrarme algún recuerdo de Francia, de la que no me puedo olvidar. Beberé el "Alcools" de Apollinaire. Seré el "Bel-ami" de Maupassant. Moriré durante una función como Molière en el "Malade imaginaire". Rememoraré la historia de Adri

Unos libritos esperados

A pesar de mis 25, casi 26, años no puedo sacar de mí al niño que se fascina con la fantasía. Creo, de hecho, que en mí hay más de niño que de adulto, solo hay que mirarme un poco y se nota. No puedo sacarlo, porque si lo extrajera de mí no sería nada. De niño soñaba despierto y de adulto seguí haciéndolo. La diferencia es que los sueños son diferentes. Antes creaba. Ahora recuerdo, rememoro. Pero sigo soñando despierto, con los ojos bien abiertos, con las pupilas contraídas, con el cuerpo paralizado; todo en retrospección y ajeno a la realidad. "Luis, ya te has quedado embobado de nuevo", me decía mi abuela cada tarde, mientras me enseñaba su cacico de leche caliente con pan migado. Eso me pasaba cuando veía la televisión. Penetraba la puerta de otra realidad y abandonaba la existencia propiamente dicha, ya me hablaran, ya me tocaran. A veces me sigue ocurriendo. "Si lo deseo, puedo agitar los vientos en cualquier momento. Y tú, si aprendes, también pue

Un librero de hogaño

Mi librero es un librero de los de hoy en día, es decir, un simple vendedor que ni lee libros.  A mi modo de ver es algo terrible, porque conozco a más de una persona que ejercería ese oficio con el placer de los libreros de antaño; un amante de las letras que sabía hablar y comportarse como las palabras de los pequeños tesoros que ofrecía; un ser capaz de reconocer en cada persona que entraba en su pequeña librería un tipo de personalidad y, por tanto, podía localizar el autor que le convendría leer, la historia que se amoldaría mejor a sus gustos y preferencias. Un librero lleno de matices, conocedor de sus reliquias. Ahora ya no son nada. Simples vendedores. Triste.

Platos estrellados

Una estantería rebosante de caldos de papel, recetas a las que diste forma y que luego tomaron color y saber y un intenso aroma. Viajaste a lugares inhóspitos, conquistaste menudencias internacionales y, al regresar a tu hogar, aspiraste un olor imprevisto. Palpaste su sabor y te gustó. Cocinaste con los pensamientos más inesperados, vergonzosos incluso. Pero el barco no se hizo esperar y debiste marcharte una vez más, lejos, muy lejos de la materia prima más pura. Con el tiempo, nuevas recetas surgieron. Dos de ellas, fueron tus platos estrella. Te apodaron como alguien conocido, de fama nacional y de poco te ha servido tanto plato sin mirar atrás. Creaste salsas suculentas, cremosas, picantes, sabrosas, sorprendentes. Horneaste pescados y carnes con verduras perfectamente cortadas. ¡Cuántas delicias has elaborado! ¡Cuántas! Para vomitarlas al final.                                       Sin más.