Noches de luna para los muertos que caminan
¿Te da miedo, Catalina?
Fiesta de todos los santos, noche de muertos y espantos, velas encendidas en laberintos de nichos y cipreses; noche poco a poco americanizada con calabazas de tenebrosas caras, esqueletos andantes, trucos o tratos, huevos podridos, travesuras, disfraces aterradores. La fiesta de todos los santos y de halloween ha llegado. Halloween fue anoche y todos los santos es hoy. Por ello voy a contar una historia que mi abuela me ha contado desde que era bien pequeño, cuando las noches de cortijo veraniego nos llevaban a dormir hasta tarde bajo la luz de la luna. Esta historia sea probablemente puro romancero, no lo sé, pero lo imagino: los abuelos saben muchas historias de este tono.
Me gustaría poder contarla como es en realidad pero, desgraciadamente, no la recuerdo bien, a pesar de haberla escuchado tantas veces. Por esa razón voy a inventar y modificar la parte de la historia que no recuerdo.
- Catalina, esta noche hay luna. Nos encontrarémos donde siempre -acordó el joven muchacho con su prometida.
Catalina asintió y se marchó, recordando las palabras de promesa que su amado le había realizado. Ya en casa, la muchacha sentía el cosquilleo y la emoción de saber que pronto se reuniría con su amado y que quizás esta vez sí pudieran efectuar la huida que habían planeado tantas otras veces. La chica temblaba y no paraba quieta en ningún lugar de la casa, esperando que la luz del atardecer se apagara definitivamente y diera lugar a la tenue luz blanquecina, huesuda de la noche de luna.
Cuando llegó el momento dado y, tras fingir dormir profundamente, se levantó de la cama con gran sigilo para salir al encuentro con el hombre de su vida.
Una vez en el lugar de encuentro, la muchacha esperó durante horas, sin desesperar. Tan sólo miraba de un lado para otro deseando ver la inconfundible sombra de su amor. Miraba sin cesar, agitaba la pierna que mantenía suspendida sobre la rodilla de la otra pierna y ocultaba su rostro con un pañuelo de lino que ella misma había tejido.
De ese modo los minutos pasaron hasta que un ruido venido de su derecha llamó su atención. Catalina sonrió al ver llegar al galán de los ojos azules. Se puso de pie y lo miró caminar con cierta soltura, parecía desplazarse con ligereza, como en un sueño. Catalina no prestó mayor atención a los pasos de su galán. Enseguida lo miró a los ojos y quedó hechizada por el influjo del océano condensado en aquellos pequeños iris.
- Amor, has llegado -dijo con el entusiasmo propio de la persona que ve la meta de la carrera.
El muchacho se acercó a su amada, pero no se atrevió a plasmar un beso en su mejilla, ni siquiera la abrazó, tan sólo se dedicó a indicarle el camino por el que pasearían placenteramente, bajo el influjo de aquella tenue luz huesuda.
Los enamorados pasearon y conversaron largo y tendido. Hicieron planes de futuro, de su huida, de los hijos que tendrían, del viaje que realizarían al extranjero en busca de un trabajo y una vida mejor... Hablaron de estas y otras muchas cosas más hasta que el silencio de la noche recuperó el espacio que le pertenece, roto por un lloriqueo suave.
- Noches de luna para los muertos que caminan
¿Te da miedo, Catalina?
- No -respondía la muchacha.
Catalina miró de nuevo los pies de su amado; flotaban a unos pocos milímetros del suelo. Su piel se había puesta pálida como el marfil envejecido; sus ojos habían segregado oscuras lágrimas y unas prominentes ojeras teñían de morado la cuna de los ojos.
- Noches de luna para los muertos que caminan
¿Te da miedo, Catalina?
- No -respondía la muchacha.
Catalina soltó un chillido insonorizado por sus labios cerrados. Miraba ahora con detenimiento los moratones que poblaban los brazos de su amado. Miraba con tristeza las puñaladas que habían agujereado el torso del galán.
- Noches de luna para los muertos que caminan
¿Te da miedo, Catalina?
- No -respondía la muchacha.
Catalina vio, de repente, cómo se difuminaba la imagen del que había sido su amado, quien en cuestión de segundos desapareció por completo. La muchacho lo llamó desesperada, buscó por todo el sendero, entre los arbustos y matorrales, tras las ramas caídas. No lo encontró. Se enjugó las lágrimas, respiró con profundidad y se decidió a regresar a casa. En el camino se convenció de que todo aquello no había sido más que una terrible visión, provocada por la luna y por su tremendo deseo de encuentro y huida.
Catalina durmió bien esa noche, al creer que nada de aquello había sucedido.
Sin embargo, a la mañana siguiente, Catalina supo que su amado había fallecido la noche anterior. Al parecer, cuando el muchacho se disponía a abandonar su domicilio, una pandilla de gamberros, que andaba detrás de él porque le había robado a uno de ellos el amor de la chica de sus sueños, lo asaltó a la puerta de su casa y le asestó una decena de puñaladas que enseguida le produjeron la muerte. No obstante, su espíritu había acudido a reencontrarse con el amor de su vida, Catalina, antes de marcharse a no se sabe dónde.
- Noches de luna para los muertos que caminan
¿Te da miedo, Catalina?
- No -respondía la muchacha.
Así termina la historia, que poco conserva de la original, salvo estas palabras del amado a Catalina y el asesinato del muchacho delante de su casa.
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