Parte el autobús preñado de ti,
pero yo me marcho antes para no sufrir.
Hay un nudo de alambre en mi garganta,
la saliva no fluye por no poder pasar
y rebota hacia los ojos,
es la lava del volcán,
la pena de no saber el tiempo,
la hora en que tus pupilas absorban de nuevo
esas gotas, la saliva,
que ahora es lágrima de cristal.
Ayer caminaba con tu mano sujeta,
hoy solo llevo aire entre mis dedos.
No existe aquel soporte,
no existe ni un madero flotante,
que me saque de nuevo
de este mar salvaje que es la vida,
las corrientes que vienen y van,
ni siquiera el mítico delfín.
Se instala otra vez el presente,
pobre sensación repetitiva,
de recortes de aire,
de disminución del alimento,
de la vianda que nutre el alma,
una hambruna que reaparece,
una fuga que vacía el embalse,
que apenas hidrata los tejidos de mi cuerpo.
Es presente que vuelve a ser pasado,
un presente que se mantiene en el recuerdo,
en esa línea que discurre al paso de los cangrejos.
Es presente, el eterno pasado,
unas sábanas caóticas
por la danza del ritmo perfecto,
una caricia, una ilusión,
la utopía que todos ansían.
¿Dónde está aquello pasado?
¿Dónde queda la ficción?
¿Ocurrieron esas situaciones?
¿Fueron realidad?
El pasado engulle el futuro
por no poder el presente
revolcarse con el porvenir,
porque este ya no tiene sentido.
Abandona la estación ese bus,
es un lobo rojo, maldito,
o un dragón que roba
lo que era mío.
Se marcha volando, desaparece,
cruza las puertas azules,
y me ahorca con la cuerda
que me une a la presa que devoró.
Eso es pasado o solo un mito,
tu mirada en el fondo del precipicio.
Yo me lanzo al abismo si es preciso.
¿Pero acaso existo?
Te marchaste y desde entonces no sé nada,
no soy nadie, un muñeco de granizo.
Cuanto poder encerrado en un sentimiento.
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