Era mañana soleada, el aire soplaba débil, casi era imperceptible, una caricia suave y algo tibia.
Cuando amanece alegre y todo parece un remanso de paz y tranquilidad has de estar atento, porque debajo de esa falsa imagen se oculta una realidad triste y, en absoluto, utópica; hay familias sin pan, rebaños de vagabundos que se refugian donde pueden, en un cajero, debajo de un banco del parque, bajo la copa de un árbol solitario, tal vez solo protegido por cartones que le ofrecen aislamiento térmico mínimo.
Ocurre que, además, encima de esa falsa realidad hay cuatro, si no menos, titiriteros que deciden el presente de la miserable masa ciudadana que los ha situado en ese lugar. Observémoslos de cerca.
Espera un segundo; estoy buscando la lupa que tenía hace un rato por aquí. ¡Ajá! Aquí está. Tiene el cristal algo dañado, pero ello no me impide ver la extraña aura de estos cuatro perros.
Uno tiene el bigote largo y ladra de una manera "extraña"; no parecen ladridos, parecen pseudoladrigos mezclados con el sonido de una piedra dura, mármol golpeado por duros colmillos, babas, carne humana -puede-. ¡Un momento! Si me coloco el sonotone creo oír que está planeando algo miserable. Dice algo de economía, refuerzo privado, golpe a lo público, ricos, pobres... ¡No entiendo nada!
Mira a este otro, se le ha caído el pelo y tiene zonas blanqueadas por el fraude y en lugar de, donde debería haber, unas fauces límpias, hay restos de sangre, papel, tinta. Es más, si acerco la lupa un poco descubro que no es ni boca ni fauces, sino unas enormes tijeras, muy afiladas. ¿Por qué habrá desarrollado semejante boca? ¿Y ese papel?
Pero este otro no es muy distinto. Dice algo y al momento actúa contrariando sus propias palabras. "Ahorrar es necesario", dice y acto seguido lo ves gastando ingentes cantidades del frío metal pecuniario en fiestas "laborales". Es curioso observar que al andar diera la impresión de que sus patas se hunden lentamente.
¿Y ese? ¿Ese quién es?
Acerco la lupa todo lo que me permite el brazo. No le veo la cara. Es una especie de masa, sin cara. Lleva algo brillante en la cabeza y lo que parece algún elemento religioso. No veo bien cuál. ¿Quién es ese ser? Habla, pero tampoco lo entiendo. Es enigmático. No se mueve, solo habla; dice palabras que no llegan más allá de los tres centímetros de distancia, pues se volatizan. ¡Espera! No se volatizan, se convierten. ¡Qué milagro! De la boca pasan por un lector de metal, cambian a dinero, luego modifican su forma y se convierten en líquido negro con tonos rojizos para plasmarse en un libro brillante. Después vemos que aparecen ideas, un pasado mil veces alterado, contradictorio con algunos de sus cambios. No sé qué ocurre. Me produce pavor este personaje. Mejor no mirarlo más. Creo que hasta me roba el poco aire que respiro.
Entretanto el sol sigue brillando, la brisa cálida acaricia el vello de mis brazos. ¿Es idílico este estado?
Tiro la lupa. ¿Para qué ver la realidad de cerca si con ello sufro por no poder alterarla? Cuatro perros ladran; son lobos. La luna ha quitado el protagonismo que lucía el sol.
Es hora de caza.
Acaso no lo fue todo el rato.
Los corderos se acomodan. Son una masa, una inmensa nube que se desintegra poco a poco. ¿Hay algo que se pueda hacer?
Me han dado escalofríos al leerlo. Rezuma tanto hastío, dolor, impotencia. En fin. Pero me reconforta también, pq al menos pienso que hay más gente como yo, que sufre con la iniquidad y el dolor ajeno. Es verdad q eso daña, pero creo q tb es lo que nos hace ser auténticamente humanos, si no seríamos fría piedra. Y tb queda el amor, claro.
ResponderEliminarExactamente, rezuma lo que sentía y sigo sintiendo... Y sí, siempre nos queda uno de los motores de la vida humana: el amor.
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