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Troya

"Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves —cumplíase la voluntad de Zeus—desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles."
Canto I. Ilíada

Miles de veces he leído este inicio de la no tan celebrada Ilíada, de Homero (aunque muchos dicen que lo mismo ni él existió). Digo no tan celebrada porque cada vez hay menos gente que conoce esta obra magna. En cambio, a mí me parece tan necesaria, tan llena de sabiduría, de valores, de expedición a las entrañas de la Humanidad, al tuétano de los huesos que vertebran la Historia, en la que prima antes la voz de los vencedores que la de los vencidos, la tergiversación a la realidad (acaso la realidad no exista en verdad y sea más bien una interpretación humana, que como tal es subjetiva y ampliamente volátil y dúctil). Y releo ese comienzo y no soy yo quien pronuncia esas palabras, sino ya es una especie de voz rotunda, casi femenina, que me susurra mentalmente y como el murmullo de la brisa, palabras cargadas de emociones, de héroes, de unión por una absurda causa, de guerras infinitas (en este caso de ¿10 años?), por una mujer, no se sabe bien si porque esta se fue con Paris al enamorarse de este o si acaso fue raptada por aquel. La cuestión es la de siempre: buscar una excusa. Una excusa para eliminar al mayor enemigo cercano y hacerse con la absoluta potestad, para demostrar que se es mejor, que los dioses están de nuestra parte y no de la del otro, así como que somos nosotros más fuertes, más inteligentes haciéndonos pasar por vencidos y colándonos en la inexpugnable ciudad por vía de un enorme caballo de madera. Todo son excusas para combatir.

Visionando en clase la película de Troya, les iba narrando historias griegas a mis alumnos y a veces se interesaban por cosas ajenas a la lucha (que es en general lo que atrae). Maestro, decían, ¿Por qué a unos muertos los dejan tirados en la calle y a otros los queman y les ponen monedas en los ojos? ¿Por qué el punto débil de Aquiles es el talón? Si a mí me lanzan una flecha en el talón no me muero. ¿Por qué Paris no sale a defender a su hermano Héctor, como hizo él cuando Paris perdía?

Cuando tus alumnos empiezan a preguntar es porque has conseguido de algún modo que se reavive el instinto infantil de las preguntas. La pena es que eso dura poco y, en cuanto termina, debes levantar el estado de alerta e iniciar la marcha. 

Ay mis gitanillos, que han visto en los griegos una unión parecida a la suya: quien se mete con los griegos se encuentra con toda su furia plasmada en la unión por un mismo motivo; quien le busca las cosquillas a un gitano, se topa con toda una comunidad. En otras palabras, ellos me han querido decir eso que acabo de escribir al principio de este párrafo. Al fin y al cabo, somos muy griegos todavía, aunque en algunos aspectos menos de lo que me gustaría.


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