Estos días que he estado de puente los he pasado prácticamente en casa, casi sin salir, salvo para pasear a mi perrita. Lo primero que he hecho, después de desayunar, ha sido entrar en la red, navegar entre curiosos artículos, noticias asombrosas (para mí hay muchas noticias que son asombrosas y esto es algo que me gusta de mi forma de ser, ese despertar que mantiene la mente despierta y que espero no se me vaya nunca) y he escrito algo en este blog que a veces tengo tan abandonado, cosa que no me gusta tanto, pero qué vamos a hacer.
Después de terminar la densa lectura de Como la sombra que se va, he empezado otra lectura mucho más ligera, tanto que he necesitado adaptarme de nuevo a las lecturas livianas. Me sorprende lo errático de la mente, la plasticidad de esta y comprobar, cada vez que hago este ejercicio, que cuando la cabeza se moldea a los textos complicados esta se pierde en los textos simples y viceversa. No sé si es algo que me ocurre solo a mí, que soy un ser extraño, tan extraño como el Meursault de Camus. En el fondo la mente no entiende de dificultades y facilidades, creo, sino que se adapta como el agua a su recipiente y nada más.
La novela que ocupa ahora mis tiempos de lectura es Las crónicas de Fortuna. El secreto del trapecista, de Javier Ruescas, un joven que me causa al mismo tiempo envidia e idolatría. Primero porque es más joven que yo y ya tiene ocho o nueve novelas en el mercado; segundo porque es un ejemplo de que el esfuerzo, el trabajo, saber buscarse el camino... llevan, a menudo, al éxito. La susodicha novela que leo pinta bien. Javier ha mejorado mucho en su escritura, desde que escribiera su primer libro, la historia ya me ha enganchado desde el principio. Ya veremos cómo sucede todo y si cumple con las expectativas que ya he depositado en esta novela.
En cualquier caso...
Yo venía al blog a comentaros esta tierna imagen.
Se corresponde con una foto de la madre del escritor Fernando Marías, que sujeta la última novela de este, ganador del Seix Barral Premio Biblioteca Breve 2015, "La isla del padre" cuya temática es autobiográfica y que, por alguna razón desconocida, como todas las que tienen que ver con la atracción, en este caso atracción de un lector por un libro, me ha llamado mucho la atención. No sé casi nada de la novela, no conocía al escritor. Puede que esa atracción lector-novela me haga comprarla y comprobar que esa atracción es realmente efectiva. Ni idea. Lo que sí puedo hacer es aceptar que esta imagen es deliciosa: una mujer anciana, que podría ser mi abuela, con su bata rosa, sentada en su sofá, el cual será con toda probabilidad el lugar donde pasa más tiempo, ella feliz y alegre por ver el triunfo de su hijo y, sobre todo, saber que en esa historia ganadora está su propia historia, la de su marido fallecido y la de su hijo, el escritor mismo. Feliz seguramente por el hilo que se teje alrededor de la memoria, que reavivará los recuerdos, en los que ella era joven, sin dolores, sin achaques, llena de energía. No lo sé. Intuyo, invento, narro hechos que desconozco, solo por el hecho de entretejer ficciones, esas mismas que mantienen viva mi memoria. Al fin y al cabo, la memoria no es más que un cúmulo de recuerdos que se entremezclan con las ficciones. Esta imagen me ha alegrado ya el día. Espero que a vosotros también.
La felicidad de las cosas pequeñas o las pequeñas felicidades de la gente corriente son dos vertientes de una misma forma de ver la vida.
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