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Cosas que no son ni tan buenas ni tan malas: faltas e internet

No soporto las faltas de ortografía. Seguramente esto se deba a que a mí me ha costado mucho esfuerzo no cometerlas. La cuestión es que voy a tener que empezar a no repudiarlas con tanto ímpetu y darles el cierto valor que tienen. 

Ayer supe que, sin las faltas de ortografía que cometieron algunos escritores latinos, no sabríamos en absoluto cómo pronunciaban ellos su lengua y nos habríamos quedado en las pautas dictaminadas por el latín usado por la iglesia. 

Saber esto me lleva a darle una mayor importancia a las faltas; a fin de cuentas son un casi fiel reflejo del habla y, por consiguiente, muestran la vida de las palabras en su momento concreto. Digamos que podríamos verlas como un testimonio similar al que producen las fotos antiguas o los restos de un edificio griego. Son una pasarela directa al pasado.

La buena grafía no es más que un intento de retener algo que está muy vivo, como es el caso de los idiomas. 

Los españoles de toda la vida no hemos diferenciado sonidos como la b y la v y, en cambio, tenemos que seguir diferenciándolas por escrito, cuando lo más lógico sería eliminar ese obstáculo arcaico. Ya en tiempos romanos se decía de nosotros que
                                        Beati hispanii quibus bibere vivere est.
                                ‘Dichosos los hispanos, para quienes vivir es beber’

Algo que me hace mucho gracia. No por el simple hecho de que nos acerca a nuestros antepasados con especial ímpetu, sino que también refleja una realidad muy irónica de nosotros mismos: un pueblo que trata de vivir y además de hacerlo con diversión.

Es cierto que nosotros somos bastante fieles a la lengua oral cuando escribimos. Peor caso es el de los franceses y los ingleses, que poseen una absurda ortografía basada en la escritura original. Es una obsesión de los que fijan y dan esplendor al idioma de esas lenguas; una necesidad absurda de dificultar la lengua, no sé si por mero patriotismo o por el simple hecho de ser complicados, de tener un idioma difícil de escribir, como un arte más que es preciso aprender con esmero. Yo no estoy a favor de semejante tontería. Es verdad que sirve para conocer el origen de cada palabra, pero ¿eso en realidad tiene algún beneficio? 

Prefiero dejar el interrogante y que cada cual piense lo que quiera. Mi opinión al respecto es clara, quizás porque en esta mi lengua han sido más prácticos a nivel ortográfico. Todavía podrían serlo mucho más, pero tiempo al tiempo, que este siempre impone sus leyes. 

Por internet, cambiando un poco de tema, he tratado de buscar textos que hagan referencia a dichas faltas ortográficas en latín, pero no he encontrado nada. Al final va a tener razón una amiga mía al decir que con internet nos creemos más listos pero en realidad somos más estúpidos, pues vertemos todas nuestras inseguridades en busca de una seguridad informativa en internet que muchas veces es falsa o que ni aparece por ningún recoveco de la red. Internet no es una panacea, sino más bien un laberinto más obtuso que el diseñado por Dédalo, puesto que de aquel al menos se pudo escapar, pero de este cibernético no nos salva ya ni la más ínfima bobina de hilo. Ay, Ariadna, cuántas entidades semejantes a ti necesitaríamos en estos tiempos de oscura ignorancia. Si vieras la cantidad de minotauros que pueblan estas tierras enloquecerías por no poder salvarnos con tu hilo dorado.

En cualquier caso, no voy a menospreciar la correcta ortografía ni los beneficios de la red que ahora mismo me permiten expresarme en este pequeño espacio dedicado a mi liberación imaginativa y escritora. Simplemente trato de quitar parte de la idealización que estas poseen. 

Comentarios

  1. Permíteme que haga uso de tu entrada como modelo de realización de un ensayo humanístico o como prueba escrita de la pau. Eres maravilloso.

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    1. Por supuesto que te lo permito. De hecho es todo una satisfacción que lo hagas. Espero que dé mucho para comentar a tus alumnos. Un abrazo.

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