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Compendio de palabras desatadas

La realidad no me sobrepasaría tanto si me tocara la lotería, un buen golpe de suerte, mucha pasta fresca, algo que me quite preocupaciones pecuniarias... 

No. 

En realidad el dinero no me iba a arreglar la vida. No hay nada que arregle la vida. La vida no puede arreglarse porque no está rota. La vida es simplemente así. Y nuestro cometido en la vida es tan sencillo y único como vivirla. No hay más opción que esa. La otra opción viene dada de por sí, como un punto final en forma de noche eterna y oscura, llamada muerte. A fin de cuentas ese es el fin de todo, incluso de nuestro propio universo. Algún día el sol se apagará y nuestro hermoso universo se sumirá en una noche tan oscura como la muerte. 

Bueno, eso contando con que la muerte sea oscura y realmente tenga color. Algo que en el fondo dudo. La muerte no es ni oscura ni clara ni eterna. La muerte no es nada. 

Y os preguntaréis por qué escribo todo esto después de tanto tiempo sin pasar por aquí. No hay razón, como suele ser costumbre en mí. Si debiera justificarme solo podría decir que es lo primero que se me ha pasado por la cabeza. Como no debo justificarme no buscaré más razón. 

Y hablando de justificarse. ¿Por qué demonios hay que justificarse por todo? ¿En qué momento de la historia humana apareció esa demanda de justificación constante? ¿Vendrá de aquellos momentos en que los cazadores de Mamut no regresaban al hogar cuando debían? Lo natural debería ser carecer de justificación. La vida misma carece de justificación. Por ende, la justificación no tiene sentido. Lo que está claro es que cada uno actúa como cree oportuno y favorable a sus intenciones. Uno hace algo porque cree que es lo adecuado y lo que mejor le conviene. 

Siguiendo con mis sinsentidos, mis desvaríos, me pregunto si podré recuperar algún día las ganas de escribir. A veces me siento tan desafortunado que bien podría ser esa una razón de peso o, al menos, una temática en la que apoyar mi escritura. Pero se ve que no sirve de nada. Escribo ahora solo por pasar el tiempo. Y eso sabiendo que el tiempo va a pasar sin necesidad de que yo intente pasar por él. Yo no soy motor de tiempo, ni siquiera le sirvo de gasolina. Simplemente soy una víctima más del mismo. 

Ay.

Me duele el cuerpo. Estoy cansado. Supradyn para el cuerpo. Reposo para el cuerpo. Estrés laboral para el cuerpo. Me siento poco valorado. Quizás no valga nada. La suerte mía es que para mucha gente valgo mucho. Deberé conformarme con eso. Un poquito de agua para esta deshidratación continua. Aire fresquito para este bochorno existencial. 

Si alguien extrañaba mis escritos, aquí estoy de nuevo. O quizás no. Ser o no ser. Con esta dicotomía parece que esté resumiendo el libro "Mar de Irlanda" de Carlos Maleno. Un libro cargado de ironía, reflexión, amor. Todo un laberinto de palabras que plantean la existencia humana con humor. Un poco de literatura actual. Un compendio de lo absurdo, pero sobre todo el autor habla como él mismo dice “de la huida, de conseguir lo que siempre hemos deseado y nunca nos hemos atrevido a intentar y también de la muerte como acicate para realizar las cosas”. Un libro muy como yo mismo, alguien que espera con tesón que llegue lo que nunca llega y que no conoce la muerte realmente y vive con ella como si fuera una amiga más. 

Pero es tan bonita la vida, a pesar de todo y, sobre todo, gracias a muchas personas.
 

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