La eterna espera.
Es desesperante esperar que algo ocurra, que el destino cambie y dé un giro en tu vida y que todo empiece a sonreír, si es que eso es posible, porque las cosas y mucho menos la vida no tienen sonrisas ni ojos ni expresión, solo efectos en nosotros.
Llevo desde enero esperando que baje la bolsa. Estoy tan cerca, tanto que tengo la cabeza todo el día puesta en eso, en aquello, en lo otro, en lo que me incumbe, en lo que no, en ese caos que puede llegar a ser el pensamiento, una vorágine que no cesa. Y no se mueve. Y el destino no me salva de la futura depresión.
En mi vida he tenido siempre momentos en los que era yo el que llevaba las riendas de mi vida, de mi destino. Yo era el que forzaba y pisaba con fuerza y, aunque con miedos, afrontaba lo que deseaba. Tenía la voluntad como arma y la juventud como motor. Tenía un colchón siempre también, un lugar donde resguardarme.Sin embargo también ha habido y habrá momentos en que dependo del destino, de algo ajeno a mí para emerger, para no hundirme en las aguas oscuras y profundas de la humanidad, como ahora. Y eso me agobia mucho. Me estresa no ser quien lleva las riendas y ver que el carro no se mueve por el camino correcto y que se queda huella de mis ruedas en el barro. El carro se descontrola y parece que se percibe no muy lejos el destino. Lo miras como yo lo miro allá no lejos, tras un túnel, al cruzar un largo y blanco puente. Pero es ilusión, una neblina que se levanta de repente y oculta el pueblo del presente, del futuro. Y las aulas que ya olían a tiza o a rotulador borrable y que sonaba a gritos de niños y al movimiento de las sillas, todo eso parece falso. Tan falso como mi cartera que se vacía y nada parece llenarla, salvo el sufrimiento de soportar estúpidos clientes y medidas absurdas de jefes que dejan mucho que desear, incapaces de cuidar de sus empleados.
Que no, que estoy destinado a eso. Que el destino no me lleva, que me arrastra y me hace heridas en las rodillas y siento que la cabeza, de tanto golpe, va a acabar cediendo y descoyuntándose. La vida es una inquisición maldita. ¿Estamos malditos?
Bah. Mamarrachadas. Solo digo chorradas, tonterías.
¿Qué más da? No voy a cambiar nada. Esa bolsa no se va a mover. Los políticos van a seguir con sus abusos. Nosotros sin poder hacer nada. Estamos perdidos. Si sobrevivimos es puro azar. No estoy de bajón, que conste. Hace tiempo que eso carece de sentido en mí. Solo pienso en voz alta aquí. Yo sigo sonriendo por estar vivo. Saboreo la comida, que es deliciosa y respiro con la tranquilidad de poder respirar. El resto me da igual. Me la trae floja, esa expresión que dice mucho a pesar de ser fea y burda, grosera. Da igual.
La bolsa no se moverá. Mi destino es una vez más lo que no parecía que fuera de nuevo. Qué más da. Paso.
Escribo y ya he dejado de desesperar. Que haga lo que tenga que hacer. Si se mueve mejor. Si no, pues a fastidiarse y esperar un trabajo para no morir de inanición en un momento dado. Arg.
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