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Escribir sin previo aviso

Voy a hacer lo de siempre, escribir sin consciencia, sin previa reflexión, solo por el hecho de combatir el óxido que recubre toda mi materia gris, para reparar las compuertas del cerebro y recoger toda su materia derretida por el calor del verano. Escribir como medicina contra el catarro de los miedos que me acechan a menudo. El pavor de no saber si la senda que se ilumina a mis pies sigue el buen camino hacia el porvenir que nunca viene, siempre extendiéndose hacia el infinito. En ese miedo que me ata cuando tengo turno de noche y veo sombras que se convierten en hombres con pasamontañas y el ruido aterrador de unos pasos que no suenan. Escribir cada día de nuevo para volver a ser quien era antes del verano, antes de perder el ánimo en el estrés de las horas desaprovechadas. Sobre todo, tengo que escribir para recordarme lo bueno que ha sido en realidad el verano, las cosas buenas que se sobreponen a las negativas. Porque este verano he tenido a S. conmigo muchas semanas, aunque no hayamos podido compartir mucho tiempo porque mis horas se perdían en el clamor de la guerra que es el trabajo que no gusta. A pesar de esto, notar su calor en la alcoba, mirar sus ojos de cerca son motivo de felicidad. También he tenido cerca a Eva y eso es otra recompensa del verano maldito. O aquellos días de visita de Elena que tanto beneficio me aportan. Mi madre estaba como siempre conmigo y mi hermano siempre ha estado en el dormitorio contiguo. ¿Se puede pedir más? Tener ahí a la gente que quieres siempre ha de ser motivo de lucha contra el hastío, compañía que el día de la noche eterna ya no estarán. He engrosado mi lista de amigos y Agu o David estuvieron unos días, que fueron maravillosos, por estos lares. 

Pero escribir no solo lo necesito como arma de batalla, sino más bien como la voz que el catarro me ha robado, como el motor que me impulsa cuando estoy solo, cuando solo me acompaña mi perrita, que ya se va haciendo mayor. ¿Mayor? ¿Acaso no nos hacemos mayores todos? Yo mismo voy cumpliendo años y cada vez me doy menos cuenta de ello. Y me surge ahora una duda: ¿mi escritura envejece conmigo? ¡Qué importa! 

Ahora me interesa más el documental que estoy viendo en la 2. Ver que los grillos cantan con las alas es un misterio desvelado que nunca me había planteado. Misteriosos insectos, misteriosa realidad. Hasta se hacen regalos entre sí. Una araña macho que captura un saltamontes y lo envuelve en seda para ofrecérselo a una bonita araña hembra. ¿Somos tan distintos como creemos? ¿Nos hace diferentes el hecho de escribir? ¿de crear arte? Ahí queda la pregunta sin respuesta.

Seguiría escribiendo este post, pero ya me he desconcentrado y estoy embelesado con las imágenes del documental, de los insectos que se crean muros de pompas o casas de telaraña. Los colores vivos de sus cuerpos y el verde intenso de la vegetación me atraen sin vuelta atrás. Ahora la tinta negra que me sirve para escribir se hace aburrida de repente. Otro día sigo escribiendo. Ya pensaré sobre qué lo haré. Escribiré, eso es cierto.

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