Hace un par de días me ocurrió que de la mañana a la noche sufrí una transformación acelerada. Me levanté con una alegría desbordante, casi infinita. Al mirarme en el espejo, me dije: "Chaval, te hace falta un peladito" y acto seguido, me duché, desayuné un enérgico zumo de naranja recién exprimida -del campo de mi abuelo- y salí a la calle en dirección a la peluquería de la esquina. Me comía la calle, el mundo y a toda aquella persona que se pusiera por delante. Media hora después de entrar en aquel mundo corta-greñas, me encontré caminando -y por qué no decirlo, observando mi reflejo en cada escaparate por el que pasaba; habituándome a mi nueva imagen-, hacia mi casa. En el camino, pasé por delante de una chica bien bella, que me miró de arriba a abajo. Estaba feliz. Me sentía guapo. Pero, sucedió lo que siempre sucede, mi estado de ánimo fue decayendo y en cuestión de horas pasé a odiarme, a ver todos los recovecos de mi fisionomía y de mi psicología. ¡Fue tan fuerte la...
Las primeras palabras se plasmaron sobre piedra, quizás, estas de ahora las plasmo sobre las pantallas líquidas de vuestros ordenadores y teléfonos. Bienvenidos/as al espacio donde mis palabras tienen lugar.