Un libro, una mesa, una pantalla, microchips, cedés, casas, árboles, ríos, océanos, penínsulas, continentes, planetas, son muchos los objetos que pueblan el vacío, pero acaso no se trate de miniaturas que flotan sobre una liviana laguna de vacuidad. Abro los ojos y sé que me engañan. Respiro e intuyo que ese placer sea pura mentira, un veneno que acabará dándome muerte. Toco y presiento una falacia tras otra, unas descargas producidas por mi propio organismo, un deseo seguro de acercarme al engaño, de intentarme ocultar lo que de verdad existe. Paralizo los sentidos, excepto el sentido de sentir, sí, siento con los oídos los sonidos que mi cerebro selecciona para mí, diluyendo el vacío que con probabilidad lo puebla todo. En el fondo, descubro que tal vez, muy remotamente, nuestro cuerpo ha sido diseñado por el azar para pescar la información que se dispersa por el gran vacío, señor real de todas las cosas. Me percato de que ahí se encuentra la realidad de la existencia, por ello ...
Las primeras palabras se plasmaron sobre piedra, quizás, estas de ahora las plasmo sobre las pantallas líquidas de vuestros ordenadores y teléfonos. Bienvenidos/as al espacio donde mis palabras tienen lugar.