La maldad es infinita; siempre supera las expectativas de la lógica.
En este atardecer de hace un año, moría el día, como mueren las historias. En ese día, aquel, dolían los pies, como debieron doler a aquel que una vez corrió en Maratón. Aquel era este, como este era aquel, como la guerra que aquí se pierde, como la guerra que allí se inicia siempre. Yo he perdido en guerras que otros ganaron, para después ganar las que otros acabaron perdiendo. Yo, como todos, dejé coraza y casco, Dejé bandera, casa y hasta mi prado, Como el padre que un día dejó su legado. Perdí la luna y la noche se hizo oscura. Moría el sol y con él la luz. Pero bien sabemos que al igual que no hay tormenta que dure eternamente, No hay noche que dure para siempre. Hoy hace cuatro meses que nacía el sol de nuevo, Cuatro meses, con sus semanas, días, horas, minutos y segundos. Hoy no es como el hoy de hace un año. Hoy es un hoy diferente, mucho más iluminado...
Infinita es una medida excesiva, incluso para superar las expectativas de la lógica. Para conseguirlo le es suficiente con ser planetaria. Pero la maldad también puede ser vecina, cercana, local, doméstica... y sigue superando las expectativas citadas.
ResponderEliminarYo hablaría del origen genético de la maldad mezclada con el entorno familiar y social. La maldad se aprende, se la inocula uno en vena. Y lo más parad´´ojico es que se puede ejercer la peor de las maldades y no ser consciente de ello. La maldad de uno es problemática, pero la maldad colectiva es peor porque los individuos no son conscientes de que son responsables. Todos son y nadie es.
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