Cualquier excusa es buena para venir aquí, para escapar de la obligación de estudiar, de construir el camino hacia la estabilidad. Cualquier excusa debería estar prohibida, porque al fin y al cabo es tapar la piedra que molesta, el escollo, lo que se pretende salvar. Cualquier excusa para no ponerme con la obligación de estudiar, de afrontar la debilidad de la memoria que no retiene, la fragilidad de las conexiones neuronales que no encuentran la fuerza suficiente para entretejer conocimientos que permanezcan hasta los exámenes. Cualquiera halla sin dificultad cualquier excusa para evitar padecer dolor, pena, tristeza, todo aquello que nos hace bascular y desear que la avalancha nos arrastre en su caída. Cualquier excusa...
Vuelvo a este espacio deshabitado, inhóspito ya, repleto de maleza que ha crecido por falta de cuidado, por menosprecio a cualquiera de mis pensamientos, de mis palabras. Regreso aquí para recuperar el aliento o quizás para ponerme excusas eternas y dejar que el tiempo, que tanto corre, pase fugaz como las estrellas. Permitir que las excusas se impongan y yo no estudie. O tal vez pretendo combatir la desazón y la desmotivación de ser de nuevo opositor y, en lugar de hacer frente, dejarme llevar por el alud que cae deprisa, como el tiempo y las arrugas, y el pelo, y el brillo de la piel... Porque haciendo caso a las excusas, permito que otras oposiciones puedan conmigo, con mi motivación, con mi alegría y, por consiguiente, llevándome al límite elevado de la depresión, la maldita depresión, que como espada de Damocles siempre pende sobre mi cabeza.
Siempre olvido que la vida es aprendizaje, que la moraleja se presenta en cada parte y que si estoy en Santiago de nuevo es por alguna razón, por alguna casualidad. Puede que debiera aprender alguna lección de la nieve, del aislamiento, de la lejanía, de la amistad. Quizás debería observar mejor la nieve cuando cae, despacio, persistente, fría y silenciosa, permanente al poco de caer, traidora a veces, bella siempre al principio. Quizás la nieve sea la lección de mi estancia aquí. Aprender que todo se logra con confianza y lentitud, sin prisas, las prisas nunca han sido buenas, lo bueno siempre con buena letra, suave, cayendo como el copo de nieve sobre el asfalto caliente, que al poco se hiela, se cubre de blancura, el aire se limpia, las luces se acuestan sobre esa blancura y todo se vuelve dorado. La vida es oro puro, aire brillante, calor de chimenea y, sobre todo, calma, una calma tan absoluta como la verdad, una calma tan tranquilizadora como el manto blanco que todo cubre y que lucha contra la sequía, una calma envidiable, frágil y bella. Tengo que aspirar a ser esa calma. Esa debe ser mi gran excusa: estudiar con calma, con sosiego, como cae la nieve este invierno.
Que sepas que sigo por aquì. No te olvido. Mucha suerte con las oposiciones. Un superabrazo
ResponderEliminarMuchas gracias. Al fin lo he conseguido y he aprobado. Otro gran abrazo para ti. Espero que todo te va bien.
EliminarMis felicitaciones más sinceras
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