Mucho camino habían tenido que recorrer hasta llegar al destino que marcaba aquella estrella fugaz. De ese camino y de su destino y función todo el mundo conoce la historia. Lo que nunca se ha contado es qué sucedió más tarde. Por primera vez en mucho tiempo, Baltasar regresaba a casa con más energía de la que disponía habitualmente. Tal vez haber sido partícipe de aquel evento ultraplanetario le había otorgado una fugaz juventud que ya hacía tiempo había escapado de su tiempo.
Pasaron los días y las noches, alternándose el calor de los días y el frío gélido de las noches, surcando mares de blanca arena y dunas que nunca eran las mismas. Ay, pero el cielo, este permanecía ordenado y cual mapa para quien conoce sus caminos, Baltasar vio con alegría la cercanía de su reino. Murallas de barro, casas de frágil adobe, palmeras cargadas de dátiles y canales repletos de agua encauzada. Allí al fondo de la ciudad sobresalía la impetuosa mole refinada del palacio de Baltasar. Porque si algo era cierto era el hecho de que Baltasar tenía un gusto supremo por la buena arquitectura y, por consiguiente, su palacio era sustuoso como un pastel de merengue.
-Abran las puertas, pues aquí llega de un largo periplo su majestad el rey -anunció a modo de orden uno de los pajes que acompañaban a Baltasar y acto seguido las inmensas puertas de la ciudad fueron abiertas con esmero.
Entre ovaciones y alegrías Baltasar cruzó la calle real y llegó a su palacio.
- Ya estoy en casa, querida.
Al no recibir respuesta de su esposa, Baltasar accedió a la alcoba de su mujer y, en un ambiente de anodina tristeza, se encontró el lecho de su mujer rodeado de sirvientas. En la cama su esposa sujetaba sobre su pecho un bebé ensangrentado que no dejaba de llorar y gritar.
-Lo siento, majestad -presentó disculpas una señora ya entrada en años, por no decir que era ya muy vieja-, el bebe ha nacido sano...
- ¿Entonces a qué viene tanto espectáculo y tristeza? Ante este espéctaculo de lloros y de sangre, había pensado ya algo peor, como cuando llegó a la ciudad aquella tenaz sequía y los campos no daban ya cosechas. Ay, aquellos tiempos... Pensaba que había fallecido de nuevo otro hijo mío...
Fátima, su mujer, era de una belleza inusitada para aquellas regiones: cabellos dorados cual rayo de sol y labios rojos cual carmín, un cuerpo dotado de curvas cual joroba de dromedario y carnes fofas cual elefante. Sí, amigos, Fátima estaba gorda como una foca y eso allí era extraño, porque el alimento escaseaba y la población sufría hambrunas continuas. Por ello y otros asuntos, Fátima era envidiada. A pesar de saberse ella objeto de deseo y celos populares, lo que nadie sabía (en realidad nadie se atrevía a pronunciarlo) era que Fátima era una mujer triste y ojerosa, una persona incapaz de conseguir un bebé que continuara la saga de rey mago. Y cuando parecía que el embarazo se acercaba al punto de la eclosión algo hacía prever la tragedia tantas veces acontecida: varios abortos espontáneos, otros tantos habían muerto al nacer... Todo parecía impedir la llegada del hijo esperado. Ante este acontecimiento, Baltasar había decidido marcharse y ofrendar la valiosísima mirra al niño del que hablaban los antiguos textos. Era actuar ya por desesperación, creyendo hasta en lo increíble, dejando a su mujer a pocas semanas del parto, abandonando su reino a pesar de las tensiones surgidas últimamente con los vecinos reinos por el control de los desiertos. Había actuado por desesperación y creía que conseguiría su objetivo. Llegar al lugar indicado por la estrella había sido toda una proeza, todo un espectáculo. Jamás había pensado que un nacimiento habría provocado tanto revuelo. Lo que allí vio queda recluido en su memoria. Él había actuado con buenas intenciones pero en su corazón sabía que aquello había sido puro teatro. Nacer de una gestación divina y virginal, menuda bobada. Todos lo comentaban, pero nadie se había atrevido a hacer oídos sordos del absurdo y había interpretado como era de esperar su papel en la función.
Y ahora estaba ahí en la alcoba, delante de aquel espectáculo, deseoso de saber qué causaba tremenda tristeza.
- Los astros se han equivocado y le han dado hembra en lugar de varón como nunca antes había sucedido... Majestad, es su excelencia padre de una bella niña.
Una niña, una niña, una criatura nacida para no continuar la saga de reyes magos de oriente. Baltasar no mostró desazón alguna, simplemente se dio media vuelta y se dirigió a sus aposentos. Allí pasó días y más días sin salir, hasta que tomó una decisión.
Baltasar abandonó sus aposentos. Fue a conocer a su hija y nada más tomarla en sus brazos y mirarla supo que no erraba. Aquel mismo día anunció que la ley de la regia maga iba a ser modificada. Desde ese día una sucesora podría gobernar y ser reina maga, porque ellas tenían el mismo derecho que cualquier varón mago del mundo.
Si una mujer había podido engendrar ella sola a un niño por designio divino, ¿qué razón impedía que su hija fuera la primera reina maga?
Dicen que después no fue tan fácil cambiar la ley pero Baltasar finalmente consiguió su propósito y desde entonces no hubo mujer que no disfrutara de los mismos derechos y deberes que los hombres de su reino. Lo que nadie ha olvidado es que la desigualdad continuó existiendo con respecto a los privilegios de unos pocos sobre la mayoría, al igual que la gordura de aquella reina que nunca dejó de comer por encima de sus posibilidades.
jajaja, unva vuelta de tuerca a la historia, y una visión muy particular, con mensaje. Especialmente me gusta lo de la reina obesa y envidiada.
ResponderEliminarEnhorabuena por este cuento que parece antiguo pero que es tan actual. Porque aún hay leyes y otras cosas que cambiar para que exista la igualdad.
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