Unas veces hay que forzar la acción, pulsar las ganas de escribir, hacer que se haga; otras, en cambio, las ganas salen de repente, de la nada, de la inspiración, de la necesidad... qué sé yo de dónde viene el instinto de escribir. Solo sé que cuando aparece es tan placentero y tan vivo, un querer queriendo, un fulgor en una noche oscura, sin luna, sin estrellas, un flechazo quizás.
Al fin vuelvo a sentir eso realmente. Y eso ha llegado enseguida nada más escuchar canciones francesas, la sonoridad casi de blues del francés abrazado por las notas de un piano cuyas teclas tocan con dulzura unas manos de las que no sabemos el dueño.
Yo sé que mi escritura nace de la melancolía, del reconocimiento del paso del tiempo, de la muerte, del pasado, de saberme vivo y delicado. Para mí, el núcleo de todo está en la sensibilidad, en la fragilidad de las alas de una mariposa, de todas.
Nace así mi escritura, pero también mi forma de actuar, el ambiente de mis clases, la manera en que trato de ser con la gente, con el resto del mundo, con el entorno donde vivo, con delicadeza, con sentimientos ante todo. Eso no quita que a veces deba ser duro como el acero y desate en mi interior revoluciones industriales cargadas de maquinarias de vapor, pero eso rara vez ocurre. Vivir es la cuestión; pero vivir bien.
Vivir bien es vivir como cada cual crea oportuno. Vivir bien no es vivir al límite, para mí, ni vivir en el desenfreno de fiestas infinitas y alcohol a raudales. Vivir bien es derretirse en la luz explosiva de un atardecer de otoño, como el que veo desde Martos, entre el horizonte bombeado de Jaén y las copas bajas de los olivos. Vivir bien es fundirme con las palabras y pactar con el reloj para que mis alumnos fluyan en mis clases. Vivir bien es vivir simplemente.
Escuchar esta canción, por ejemplo, es para mí vivir, sentirme vivo, viajar al pasado, a un tiempo y una Francia que ya no existe y puede que jamás existiera, porque es un recuerdo y como tal es fluctuante, inventado, cargado del poder que produce el pasado, lo que una vez se vivió de una u otra forma y ahora no puede volver a vivirse, salvo en el recuerdo.
Una canción que jamás escuché en Francia y que curiosamente me traslada a mi Francia, a un lugar mezclado por imágenes de diferentes lugares, pero sobre todo de sentimientos que por muy abstractos que sean parecen realidades tangibles, figuras que se observan y describen a la perfección, ríos que pasean dulcemente por la montaña entre arboledas frondosas y viejos puentes de otro tiempo.
Hasta que no llega cierto momento no somos conscientes de lo importante de vivir. Algo así como dice la canción de Vanessa Paradis:
Tant qu'on n'a pas vu brûler son nid
en quelques minutes à peine fini
tant qu'on croit en toutes ces conneries
qui finissent toutes par "Pour la vie"
Pero como la vida es en parte música, uno descubre que en la bajada luego está la subida. Yo llevo tiempo en esa subida, en realidad, no porque todo me vaya fenomenal, sino porque hace tiempo cambié la manera de ver la vida. Por eso cierro este post con una canción llena de energía que invita no a caminar, sino a correr, a sentir las notas como se siente el viento en la cara, en el cuerpo, como esa brisa que nos abraza al correr por la playa con las olas como testigo y la arena como juramento, como soporte sobre el que escribimos con nuestros pasos veloces el devenir de poder vivir.
Running, running, running...
Me siento tan identificada contigo (aunque sin la imaginación suficiente para escribir tan bonito). Y ahora que no estás te echo tan en falta. Leerte ha sido un gran descubrimiento para saber que en realidad ahora estás más cerca.
ResponderEliminarMe siento tan identificada contigo (aunque sin la imaginación suficiente para escribir tan bonito). Y ahora que no estás te echo tan en falta. Leerte ha sido un gran descubrimiento para saber que en realidad ahora estás más cerca.
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