Mi mesita de noche parece un inicio de construcción de un rascacielos. Se me acumulan las lecturas y los libros alcanzan ya una altura que amenaza con asesinarme mientras duerma plácidamente. O no tengo tiempo o no sé organizarme el tiempo de una manera efectiva. Lo peor de todo es que yo sigo iniciando nuevas lecturas sin terminar las ya empezadas y esto parece ya un nuevo pecado capital: la bibliofagia, una especie de gula atragantada, que no sé detener. Algo negativo de esto es que además ya me cuesta discernir entre historias y tengo un popurrí mental de personajes, hazañas, tramas, ritmos... que no consigo diferenciar. Entonces ocurre que me pongo con uno de esos libros y creo mentalmente expectativas que imposiblemente van a cumplirse, porque las ideas e indicios que me llevaban a tal desenlace no son de ese libro, sino de muchos otros, con lo cual más perdido aún.
Una locura transitoria.
Me temo que a este paso voy a desarrollar una locura transitoria, una manía librera cósmica y que voy a padecer el mal del Quijote, que de tanto leer enloqueció y se creyó dentro de esos libros que leía, ¿No? ¿Empezaré a ver a mis alumnos convertidos en sirenas de Ulises o en hadas madrinas? ¿Los pondré a todos en una torre de locuras en la que cada planta es una historia en sí misma? Casi que seguro van a ser protagonistas de una historia en la que los profesores hablan de ellos sin control, tratándolos de encefalograma plano, como ocurre en "Pires que les élèves", ese diario de un profesor francés que tanto me está gustando y sorprendiendo, porque se da el caso de que es la realidad... la sucia realidad.
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