Feliz año nuevo y todas esas cosas que se dicen al inicio del año.
Quería haber escrito algunos propósitos de nuevo año, entiéndase el típico haré más deporte (porque no hago ninguno), cuidaré más mis comidas (porque como demasiado y poco sano, dígase la verdad o la verdad sea dicha, como bien gustéis más), seré mejor en mi trabajo (este es siempre uno de mis objetivos y del que nunca me quedo satisfecho por completo; soy demasiado exigente o me comparo con gente que es infinitamente mejor, ambas cosas mal planteadas y en exceso) y un largo etcétera que parece no tener fin, o sea que es infinito, ¡Ostras! ¡Tengo un sinfín de propósitos! Eso significa que posee un universo dentro de mí mismo. Como todos, al fin y al cabo. Es más, si no tuviéramos ese infinito la vida sería tediosa.
Estas vacaciones estuve en Marruecos una semana. Hablo de esto porque es casi lo más destacable. Habitualmente mis vacaciones no pasan de la puerta de casa, así que salir al extranjero agrada a cualquiera. He estado pensando si al referirme a Marruecos debía escribir "extranjero". Es un lugar tan familiar para un andaluz que me cuesta denominarlo así. Quizás deberíamos establecer otro tipo de clasificación más compleja que el actual binomio extranjero (internacional) - paisano (nacional). Se me hace muy escueto y poco práctico. Es cierto que en realidad usamos otra palabra más para designar al extranjero que no es del pueblo de uno mismo (Forastero), pero incluso añadiendo este término sigue siendo poco práctico e insatisfactorio. ¿Cómo deberíamos denominar a los países que son más cercanos a nosotros? A bote pronto no se me ocurre ninguna palabra. En la Unión europea tenemos el término "comunitario", país comunitario, que trata de aportar un matiz más familiar. Es cierto. En cambio me sigue pareciendo absurdo que no hayamos inventado una palabra para definir aquellos países que casi son hermanos, aunque los manipuladores de la Historia, los vencedores, han querido deshermanar. A mí que me digan que Marruecos es el extranjero me choca mucho. Las tradiciones son parecidas, los colores del cielo, las temperaturas, las calles repletas de gente, de vida, el tono de voz de la gente, los olores, los paisajes, etc.
Dos veces que he visitado este país he regresado habiendo tocado un trozo de mi pasado. Tal vez podría equipararse a una charla con alguien del pasado que te trae recuerdos y anécdotas que habías olvidado, o incluso podríamos hablar de un encuentro fortuito con algo o alguien que te descubren características propias que tú desconocías. Marruecos es Andalucía o viceversa. Lo único realmente diferente es la religión y la lengua.
Me gustaría contaros aquí mi viaje a Marrakech, los largos trayectos en microbús a Ouarzazate y Zagora, los platos de cúscus semejantes a la arena del desierto y sobre todo del desierto y la magia de montar en camello por aquellas arenas tan finas, tan doradas, tan frías por la noche. Yo os narraría historias infinitas con sus innumerables sensaciones, pero no merece la pena. Si hay algo que es difícil trasladar es el sentimiento que uno nota en su cuerpo al contacto con un olor, un sabor. Yo carezco de esa habilidad y no quiero faltar en algo que es tan bello. Simplemente os aconsejo que vayáis. Es un lugar maravilloso, con su pobreza y su riqueza, con su pasado y su presente. Aunque no queramos admitirlo tenemos mucho que aprender de ellos todavía, como ellos de nosotros claro está.
Estoy de acuerdo, Joselillo, en el fondo todo era tan cercano, tan parecido a mi niñez aquí en Granada, que me pareció volver a un pasado reciente de mi propia vida. Y nunca olvidaré el desierto, aunque fuera sólo un atisbo de su inmensidad. Un abrazo.
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