Llevo más de dos semanas sin escribir una sola palabra. Estoy bloqueado, mentalmente y físicamente. Mi vida se torna tan aburrida como siempre y tan equilibrista, que siento que si bajo la guardia un ligero soplido me va a hacer tambalear y precipitarme al vacío de un modo insondable.
El trabajo me desgarra las ganas, día a día, de seguir manteniendo el equilibrio y, a pesar de faltar en vitalidad, una llamada interna, un susurro, murmuraciones casi silenciosas me animan a no decaer. ¿Será esa voz, la de la misma vida, esa energía que nos mueve y que en un momento dado, inesperado, nos abandona definitivamente?
Mis graves o agudos errores me acarrean males tan profundos, que se acumulan en mí, para explotar con un sigilo que duele. No debería reprender mis errores con graves sonoros ni griteríos insensatos: un error se soluciona mermando sus consecuencias y restableciendo el estado previo a las mismas; enseñando a no cometerlo, entre cariños y sonorizaciones atenuadas.
Soy una nada sibilante que enloquece.
Escribo la locura que me corroe. Al leer esta entrada entenderás mi cabeza, quizás también algún sentimiento familiar. En el fondo todos somos iguales, ¿no lo ves? Iguales, con infinitas personalidades condensadas en una que resalta por encima del resto; pero al fin y al cabo unas mismas personalidades capaces de unos semejantes sentimientos.
Estoy loco.
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