Todo el día buscando textos para preparar un miserable examen de comprensión lectora y todavía me queda preparar cuatro exámenes más.
El ajeno siempre habla mal de lo que no conoce, lo menosprecia: los profesores no trabajan.
Me gustaría saber qué concepto es ese de no trabajar, de ociosidad. Ha llegado el fin de semana, tengo que preparar exámenes y como soy un desastre me pierdo en la red, descubro filamentos de oro, me cuelo por los huecos, me sumerjo en tejidos de letras y no encuentro nada que se adapte a lo que busco.
Consecuencias surrealistas.
El líquido de la pantalla me nubla las lentes naturales de la vista y las manos enrojecidas por el frío van adquiriendo una rigidez propia del hielo; se solidifican formando pámpanos afilados que aporrean el teclado sin descanso, al mismo tiempo que se van quebrando y deshaciendo en menudencias de cristal. La nariz ha desaparecido de mi cara, cosa un tanto complicada. Siento cómo los labios sufren un repentino complejo de lija y es entonces cuando por alguna de las extrañas razones que me poseen rememoro aquella cariñosa gatita de Francia, de cuyo nombre no quiero olvidarme (Minette), descansando plácidamente sobre mi regazo, lamiendo de tarde en tarde mi mano y raspando con su lengua de lima mi delicada piel.
La agenda roja, que hasta ahora ha permanecido cerrada junto al ordenador, se abre por propio impulso, me muestra números y letras de trazo irregular, fechas cercanas. Al mismo tiempo nacen de sus entrañas hojas de papel de escarcha, con nombres de alumnos que aún no han hecho el examen, porque este no ha llegado aún, porque llegará en el futuro y, por otra extraña razón, rememoro, en una asociación poco usual, la dulce historia que ayer narraba una amiga en relación a su embarazo. Cierro los ojos y, en la oscuridad de caminos fluorescentes, percibo las patadas de mi propio embarazo profesional. Tengo cinco niños de papel, con preguntas muy dispares, con huesos gramaticales y sangre verbal, que impulsa la acción de sus esquinas a golpearme por dentro, justo en la sien.
Estoy embarazado de papel; del papel de los exámenes, que hoy parecen querer romper aguas y salir a la luz. Pero la luz ya no está, Morfeo la ha ocultado ya en su tupido manto. Por ello no sé si conseguirán tomar forma bajo la luz de la luna, que creo que tampoco se deja ver a estas alturas del gélido invierno.
Y, con estas palabras de pobre loco testarudo, pongo punto a este manicomio de letras.
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