Ayer lloré. No fue un llanto largo ni intenso. Cayeron dos lágrimas por mis mejillas y, después, me quedé pensativo unos minutos.
Hay rutinas que difícilmente podría abandonar; leer libros, periódicos, revistas, es una de esas costumbres diarias, tan cotidiana como desgastada por el uso e igual de necesaria para mi subsistencia. ¿Qué lecturas? De todo tipo, pero unas de las que más placer me producen provienen de los blogs de Antonio Muñoz Molina y César Mallorquí. Precisamente ayer leí la última entrada de este último y lloré como ya he dicho al principio. En esa entrada, el célebre autor de literatura hace un pequeño homenaje a uno de sus mejores amigos de la infancia, fallecido hace medio año y cuya noticia recibió hace apenas un mes y medio. El relato es intenso como pocos. No es de extrañar. César posee una narrativa clara y directa, pero de un potencial impresionante, a lo que si añadimos que la emoción ya viene dada por el tema, uno no puede esperar acabar sonriendo por la emoción.
Ayer mis ojos fueron dos pequeñas manchas de humedad y mi corazón un pañuelo estrujado. Vi morir a alguien desconocido, sufrí lo que sería perder a un mejor amigo. Y curiosamente por la noche tuve la desgracia de soñar mi propia muerte. Morfeo me abrazó con intensidad, me agarró por el cuello con sus enormes brazos de onirismo y, asfixiado, caí rendido al sueño. Entre retales de oscuridad y jirones de sombras, oí sus palabras susurradas, su inducción de ficción, y mi subconsciente dio forma a aquellas murmuraciones ofreciéndome vívidas imágenes. Estaba en un mundo de hielo. Solo. Tembloroso. El frío cesó de repente y el hielo con su coloreado azul intenso se apagó provocando llamas en su derretimiento. El fuego palpó mi epidermis y, de pronto, fui testigo de su poder. Unas enormes alas de fuego me brotaron dolorosamente de la espalda y sus llamas abrazaron todo mi delicado cuerpo.
Hecho ángel de fuego. Debería haber seguido así y no lágrimas de un recuerdo leído.
Seguía allí solo. Y cuando me parecía que me estaba haciendo con el control de mi cuerpo de fuego, morí. Morí saludando, como debería ser siempre.
Ese fue mi día de ayer. Esos dos hechos enlazados y unas palabras deseosas de salir, de ser pronunciadas y no escritas.
Entonces surgiste. Fuiste fuego y alas. Fuiste un sueño inventado o real, no lo sé. Solo sé que apareciste.
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