Qué silenciosa es la nieve: cae abundante pero sin ruido. En cambio la lluvia es un zapateo flamenco, un fandango sobre el tejado y un quejío vital.
Vivir en Santiago de la Espada está siendo un ráfaga de aire que me sacude día a día. Este sitio solo me hace recordar todo lo que añoro, lo que me resulta casi inaccesible, primero por la nieve, segundo por las carreteras de montañas estrechas y serpenteantes, inseguras, salvajes... luego por los valores que aquí distan tanto de los que imperan en mi pueblo.
La nieve, las montañas, la frondosidad de los pinares, los barrancos, el frío intenso, las humedades, la calefacción necesaria, la rudeza, la opresión del entorno, incluso los buitres danzando sobre mi cabeza, entre tantas y tantas otras cosas, forman parte de este experiencia de este curso escolar.
La nieve, las montañas, la frondosidad de los pinares, los barrancos, el frío intenso, las humedades, la calefacción necesaria, la rudeza, la opresión del entorno, incluso los buitres danzando sobre mi cabeza, entre tantas y tantas otras cosas, forman parte de este experiencia de este curso escolar.
Al principio me sorprendió el silencio, interrumpido regularmente por el tañer de la campana de la iglesía. Me fascinó el sabor de la carne y el fulgor con que brillan las estrellas aquí. Mirar el cielo nocturno es hipnótico. El carácter de mis alumnos me trasladó a épocas antiguas. Pero ya lo de estos días ha sido de cuento: estar a -16 grados, ver nevar con intensidad y sin cesar, comprobar que las calles, los tejados, los árboles, todo cubierto por la nieve, resbalar con el hielo, sentir el frío siberiano, todo esto, en definitiva. Aquí es sencillo imaginar el poder de un cuento protagonizado por un lobo y una niña que confía en él. Es fácil creer que la vida es pura ficción. Y sin duda el creador de esta ficción juega a mezclar belleza con angustia, blancura con oscuridad, carreteras cortadas y laderas que sirven de pista de trineos.
La vida este curso está siendo una prueba: superarla es crecer un poco más. La soledad aquí y la lejanía de las personas importantes de mi vida son equiparables al silencio de la nieve. Ocuparse es la clave.
Viviendo en las ciudades se nos olvida cuan dura puede ser la naturaleza. Y por otra parte, a veces un poco de reflexión no viene mal, jejeje un beso
ResponderEliminarHermosa descripción, no solo de un lugar sino de un estado de ánimo. Has dado en el clavo: ocuparse es la clave.
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